Lucía Andrea Vinatea Barberena
Diseñadora, antropóloga y empresaria de moda
Cuando el tema es analizar al público de algún producto o servicio, uno de los mayores problemas recurrentes es la formulación de estereotipos. Los estereotipos son visiones generalizadas sobre algo o alguien: es suponer, sin cuestionar, que un determinado grupo de personas va a pensar o comportarse de una determinada manera.
Antiguamente, el nivel económico de una familia se evaluaba por los bienes que esta poseía. Pero hoy, equipos como televisión, lavarropas y automóvil son fácilmente encontrados en casas ricas y no tan ricas. Sin embargo, lo que más nos interesa, es entender porque algunas personas priorizan la adquisición de ciertos bienes en lugar de otros que nos podrían parecer más fundamentales.
Uno debe de observar al usuario (recuerden, es mejor pensar en usuario antes que en consumidor) consciente de su posibilidad de escoger. Esa decisión implica en poder optar consumir determinados productos o servicios que lo hagan sentirse inserido en un determinado estilo de vida.
Es decir, alguien que compra ropas de aventura no es necesariamente alguien que escala montañas o que practica deportes radicales. Alguien que escoge tomar champagne cuando va al cine no es necesariamente alguien de la elite. Lo único que estas elecciones significan es que estas personas tienen el poder de decidir que hacer con su dinero.
Según la antropóloga brasileña (y especialista en consumo) Hilaine Yaccoub, la pregunta que debemos de hacernos no es “cuanto alguien gana”, pero sí “cuánto le sobra para gastar”. Y recién a partir de eso, evaluar sus elecciones.
Pese a la globalización y sus efectos homogenizadores, se pueden encontrar diferencias regionales sorprendentes. Una misma cadena de tiendas de ropa puede existir en São Paulo, Madrid o Seúl, pero eso no significa que la experiencia de consumir esa ropa se reduzca a una sola forma. Cada persona y cada grupo aportará sus propios nuances y significados.
Para conocer al usuario, uno debe de estar con el. De nada sirve crear productos suponiendo que es lo que le va a gustar al público, pues esas suposiciones por lo general sólo toman en cuenta nuestros propios gustos e interpretaciones del mundo. Y lo que realmente nos importa, es conocer los deseos y aspiraciones de nuestros clientes.